La aviación, responsable del 2-3% de las emisiones globales de CO₂, enfrenta un reto sin precedentes: reducir su huella ambiental sin comprometer su papel como motor de conectividad y desarrollo económico. En este contexto, los Combustibles Sostenibles de Aviación (SAF) emergen como la solución más viable a corto y medio plazo. Sin embargo, su adopción masiva requiere no solo compromisos nacionales, sino una normativa internacional coordinada que garantice equidad, escalabilidad y competitividad.
El SAF: Un pilar para la descarbonización, pero con desafíos globales
El SAF, producido a partir de residuos orgánicos, aceites usados o energía renovable, reduce hasta un 80% las emisiones de CO₂ frente al queroseno tradicional 812. La Unión Europea (UE) ha dado pasos clave con el Reglamento ReFuelEU Aviation, que establece cuotas obligatorias de SAF: desde un 2% en 2025 hasta un 70% en 2050, incluyendo combustibles sintéticos 58. No obstante, este marco es insuficiente para abordar tres desafíos globales:
- Producción insuficiente: La capacidad actual de SAF cubre menos del 1% de la demanda europea, y se estima que se necesitarán 30-40 plantas en España para 2050.
- Costos elevados: El SAF es 3-6 veces más caro que el queroseno, lo que podría aumentar los precios de los billetes y afectar la competitividad de las aerolíneas.
- Desigualdad regulatoria: Países como EE.UU. y China avanzan con incentivos agresivos, mientras Europa lucha con barreras financieras y falta de inversión privada.
Hacia una normativa internacional: Lecciones de la UE
La experiencia europea con ReFuelEU ofrece lecciones valiosas para diseñar un marco global:
- Cuotas vinculantes y progresivas: Los objetivos graduales (2% en 2025, 70% en 2050) permiten planificar inversiones
- Incentivos, no penalizaciones: Mecanismos como derechos de emisión gratuitos o fondos de apoyo (ej: 300 millones anuales propuestos en España) son clave para reducir costos.
- Seguridad jurídica: Garantizar estabilidad regulatoria atrae inversiones. Por ejemplo, la UE revisará ReFuelEU cada 4 años para ajustar metas.
Sin embargo, la falta de armonización internacional genera riesgos:
- Fuga de carbono: Aerolíneas podrían optar por repostar en regiones con normas más laxas, socavando los esfuerzos europeos.
- Dependencia de importaciones: Si Europa no escala su producción, dependerá de SAF estadounidense o chino, perdiendo oportunidades industriales.
Elementos clave para una normativa global efectiva
Para evitar distorsiones y acelerar la transición, una normativa internacional debería incluir:
- Estándares comunes: Definir qué materias primas y procesos son sostenibles, evitando el «greenwashing». La UE ya excluyó aceite de palma y cultivos alimentario.
- Mecanismos de flexibilidad: Permitir a países en desarrollo cumplir metas mediante colaboraciones tecnológicas o financieras.
- Incentivos transfronterizos: Bonificaciones fiscales para aerolíneas que usen SAF, independientemente de su origen.
- Inversión en I+D: Apoyar tecnologías como el hidrógeno verde o e-SAF, claves para alcanzar el 35% de combustibles sintéticos en 2050.
- Transparencia y trazabilidad: Sistemas como blockchain para verificar el origen sostenible del SAF 13.
España y Europa: Oportunidades y advertencias
España tiene potencial para ser un hub europeo de SAF, gracias a su capacidad en energías renovables y residuos agrícolas. Según CEPSA, se requieren 22.000 millones de euros en inversiones para 2050, generando 270.000 empleos 10. No obstante, sin un marco internacional, este liderazgo podría diluirse. Por ejemplo, Alemania ya impulsa sus propias cuotas, y EE.UU. domina con su Ley de Reducción de la Inflación.
Conclusión: La colaboración como única vía
La descarbonización de la aviación no es solo un reto técnico, sino político. La UE ha demostrado que es posible combinar ambición climática y pragmatismo económico, pero su éxito dependerá de que otras regiones adopten normas similares. Como señala José Ramón Bauzá, arquitecto de ReFuelEU, «el SAF es más que un combustible: es un símbolo del compromiso europeo» .
Una normativa internacional robusta no solo evitaría la fragmentación del mercado, sino que convertiría al SAF en un estándar global, asegurando que volar siga siendo viable en un planeta más limpio. La próxima década será decisiva: o Europa lidera esta transición, o quedará rezagada en la carrera por la sostenibilidad.